Aunque no creamos de verdad, verdad, que el trago extranjero es caro y no sabe a bueno, y que todos queremos siempre “lo de mi tierra primero”. Es innegable que pocos sabores evocan tanto la patria, como el sabor de un trago de aguardiente. Cuando se está aquí, cada uno dice que el que mejor sabe es el de su región. Pero cuando se está lejos, “el tapa roja”, “el antioqueño”, “el blanco” o “el cristal”, saben igual. Cualquiera de estos es el más suave, el que menos guayabo da, el que menos daño hace, el que no cambio por ninguno… Rivas arrancando desde el eje cafetero hace un recorrido por cantinas, fiestas de pueblo, licoreras y rumbeaderos, en el que nos muestra sabores y sinsabores de los consumidores de esta bebida.